¡GRACIAS QUERIDO NEGRO!

Hace casi once meses conocí personalmente a Hugo Guerrero Marthineitz, “el Negro”, uno de los hombres más lúcidos de la historia de la radio y la televisión argentina. En un post que publiqué el 30 de septiembre de 2009, con el título “UNA HISTORIA DURA, UN SER HUMANO EXCEPCIONAL Y UN FINAL FELIZ”, comenté el episodio. Tuve la suerte de entablar con él una lindísima relación, que no sé si puede llamarse “amistad”, pero que tuvo de esa magia de las relaciones que a veces se entablan con esas figuras a las que uno admira y considera inalcanzables.

Hoy, a los 86 años, el Negro se murió. La verdad es que no iba a escribir nada, pero después de pensar y pensar decidí hacerlo y compartir con quienes siguen este blog algunos momentos inolvidables que me tocó pasar con él. Y seleccionando, me quedé con tres: su alegría, el cariño de la gente y su generosidad.

El Negro era un tipo alegre. Se dice que era “cabrón” y efectivamente es así. Era apasionado, peleador e inteligente, lo cual lo hacía temible. Pero también era noble, por lo cual cuando “se encabronaba” lo hacía generalmente por alguna razón más que válida. No es por “ser cabrón” entonces que lo voy a recordar, sino por su alegría. Sí, por su alegría. El Negro se reía. Se reía todo el tiempo y se reía mucho. Con una risa muy característica, pero auténtica y contagiosa. Era alegre.

El Negro se hizo querer como pocos. Dicen que lo dejaron solo, pero si hay algo que me consta de los meses durante los cuales paseamos juntos, recorrimos bodegones y conversamos de cientos de temas, es que la gente lo adoraba. Era imposible caminar una cuadra sin que alguien se acercara a saludarlo, a pedirle un beso o una foto o a contarle que se acordaba de sus programas de radio o de sus programas en televisión. Y él respondía siempre y a todos, contento de que lo recordaran. No estaba solo y nunca se sintió abandonado. Sus apuros económicos, que los tuvo, los manejó siempre dignamente.

El Negro era generoso. Lo comprobé personalmente porque me “regaló” muchas horas de su tiempo. Fue una experiencia increíble. Porque pude ser testigo del cariño que despertaba. Porque me contó historias y anécdotas de un valor incalculable, que yo escuchaba como un chico escucha los primeros cuentos. Y porque conocí en profundidad a un ser humano excepcional.

¡Gracias querido Negro!