UNA HISTORIA DURA, UN SER HUMANO EXCEPCIONAL Y UN FINAL FELIZ

Hace aproximadamente 15 días leí en la revista Noticias un detalle sobre la dramática situación en que se encontraba Hugo Guerrero Marthineitz. “El Negro” Guerrero Marthineitz. Ese increíble periodista peruano que en la década de los ’80 nos hipnotizó a todos con su programa “A solas”. Un tipo al que sin conocer admiraba mucho.

Algo sabía sobre lo que le estaba pasando. Tiene 85 años y si bien durante su carrera ha ganado mucha plata, circunstancias de la vida lo han llevado a una situación complicada, sin ingresos, sin casa propia y con pequeñas deudas que con el paso del tiempo se van acumulando y son difíciles de pagar.

La foto que publicaba Noticias lo mostraba en la puerta de un hotel, el Guido Palace. Busqué en Internet el teléfono del hotel, llamé, pregunté por él y me dijeron que había salido. Algo desilusionado, dejé simplemente mi nombre y mi celular.

Mi sorpresa fue enorme cuando a la hora me llamó.

Confieso que no sabía mucho qué decirle, salvo que cuando tenía 17 o 18 años era adicto a su programa, que sin conocerlo había llegado a tenerle mucho respeto y mucho cariño y que lo había llamado simplemente por si necesitaba algo así como un amigo con el cual compartir un café y charlar un rato.

Al día siguiente almorzamos juntos en La Biela, frente al cementerio de la Recoleta.

La persona con que me encontré es un ser humano excepcional que, como tanta gente, “se ha comido la vida” y eso lo ha hecho muy sabio pero lo ha dejado con muy poca plata en el bolsillo.

Guerrero Marthineitz, Hugo, como tengo el honor de llamarlo ahora, es una de esas personas con las que uno puede pasar horas conversando de lo que sea. Es una perfecta combinación entre una enciclopedia, un tratado de filosofía y un buen libro de anécdotas.

Creo que la gente le reconoce esa calidad humana que yo percibí bien de cerca. No dejan de saludarlo, de sonreírle, de palmearle la espalda, de desearle suerte, de decirle que no afloje.

Nos vimos varias veces durante la semana.

Analizamos juntos su situación, sus posibilidades de trabajo y hasta hicimos algunos contactos para ver si alguien quería darle trabajo a este “peruano parlanchín” que a su edad todavía está varios cuerpos por delante de periodistas que hoy son estrellas en nuestro medio.

El viernes pasado almorzamos en “Patrice I”, un lindísimo bolichón de la zona de Congreso, que queda en la esquina de Hipólito Irigoyen y Matheu, donde me contó más sobre su vida. Fueron un par de horas muy pero muy agradables.

El lunes me llamó exultante.

Chiche Gelblung, el bueno de Chiche, había hablado con él, le había preguntado directamente cuánta plata necesitaba por mes para vivir dignamente y lo había contratado para que trabajara para él.

Esa misma tarde estaba empezando a mirar el material con el cual tiene que manejarse.

Obviamente no le vi la cara, pero me imaginé claramente la enorme sonrisa.

¡Que lindo cuando pasan estas cosas!

¡Que bueno que el Negro Guerrero Marthineitz, a los 85 años y luego de pasar las de Caín, tenga nuevamente una alegría!

¡Que bueno que pueda volver a trabajar!

¡Que lindo que ya no tenga que penar para pagar sus cuentas!

¡Gracias Chiche! Lo que hiciste dice mucho de vos.