03 mayo 2011

SÁBATO Y VARGAS LLOSA


Me parece que, más allá de la literatura, hay un denominador común entre Ernesto Sábato, que murió el sábado pasado, a los 99 años, y Mario Vargas Llosa. Los dos han hecho de la defensa de sus convicciones un modo de vida que va más allá de su obra. Sábato quizás más enfocado en la denuncia de lo que consideraba injusto. Vargas Llosa a través de una consistente defensa de la libertad. Y lo han hecho con la pasión y con la fuerza que caracterizan a la gente que es especial. Esa gente a la que no le da lo mismo cualquier cosa. Que distingue, parafraseando a Discépolo, entre la Biblia y el calefón.

Si vamos un poco más allá, encontramos también otras coincidencias interesantes. Veamos, a modo de ejemplo, tres de esas coincidencias que, si bien son evidentes para cualquiera que haya seguido la trayectoria de estos dos hombres, vale la pena destacar.

La primera es que los dos han vivido y experimentado grandes cambios en materia política e ideológica. Sábato llegó a ser Presidente de la Federación Juvenil Comunista, pero luego, mientras estudiaba en Moscú, su experiencia con el régimen soviético lo hizo migrar hacia posiciones mucho más moderadas, e incluso opuestas a las que había sostenido anteriormente. Vargas Llosa, por su parte, fue uno de los jóvenes intelectuales que apoyó la revolución cubana, aunque, con el transcurso del tiempo, cuando los abusos del régimen castrista comenzaron a ser evidentes, no dudó en dejarlo y en convertirse en un consecuente defensor de la libertad.

La segunda es la relación de amor y de odio que han tenido con la política. Sábato como Interventor de la revista "Mundo Argentino" durante la Revolución Libertadora y luego como Director de Relaciones Culturales de la Cancillería durante el gobierno de Arturo Frondizi, cargos a los que debió renunciar por no callarse nunca lo que pensaba. Vargas Llosa en una feroz pelea por la Presidencia del Perú, en donde la derrota lo llevó a exiliarse en España y a hacerse ciudadano de ese país.

La tercera y última es que ambos han obtenido sus mayores reconocimientos por esa defensa de sus convicciones que va más allá de su obra, a la que hice referencia en el párrafo inicial. Sábato cuando luego de la titánica tarea al frente de la Conadep, recibe el Premio Cervantes. Vargas Llosa cuando ya había publicado el grueso de su obra literaria, recibe el Premio Nobel por “su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.

Pueden parecer muy diferentes, pero mi impresión es que son muchas las cosas que tienen en común. ¡Posiblemente la gran diferencia sea la producción literaria, un campo en donde Sábato es casi “mezquino” y Vargas Llosa sumamente “prolífico”!

En estos días, el mundo le rinde homenaje a Sábato. De las tantas notas que pude leer, una de las que más me gustó fue la de Marcos Aguinis, publicada por el diario La Nación, que se titula “El honesto gladiador”. En esa nota, Aguinis, que seguramente compartía con Sábato muy pocas en común en el campo ideológico, dice: “El cuerpo enjuto y el amargado rostro de este escritor reflejaban las torturas interiores. Decía lo que consideraba correcto. Fue comunista y luego anticomunista; fue un precoz y acérrimo enemigo del peronismo, pero el primero en reconocerle algunos méritos. Sus comentarios sobre libros y pinturas eran siempre honestos y hasta sorprendentes. Todo ello contribuyó a que tuviese muchos calumniadores y gran cantidad de admiradores. Es cierto que compartió un almuerzo con el general Videla a poco de producirse el golpe de Estado. Es cierto que elogió el asalto a las Malvinas perpetrado por el general Galtieri. Pero también es cierto que expresó un claro rechazo a toda forma de violencia. Recorrió con intensidad cada momento de su vida y su circunstancia. Fue honesto hasta el final”. Creo que la definición no podría ser más precisa y más justa.

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