PREJUICIOS Y MISERIAS QUE QUEDAN EN EVIDENCIA CON EL ÉXITO DE LAS REDES SOCIALES

Todo aquel que le dedica algún tiempo a Twitter, a Facebook o a alguna de otra de las redes sociales que hoy son furor en Internet, habrá sido sometido alguna vez a los prejuicios y miserias que el éxito que éstas han tenido genera en una parte muy importante de la población.

A quién no le han preguntado “¿por qué perdés tiempo en eso?”, o “¿para qué te sirve?”, siempre con tono de reproche y hasta con mal modo. A quien no le habrán dicho, despectivamente, “si no podés dejar de ‘twittear’ o de publicar cosas en Facebook, necesitás un psicólogo”, “¡eso es para levantar minas!”, o “¡sos un adicto!”.

Obviamente “hay vida más allá de las redes sociales”. Por supuesto que a las redes sociales se las usa y de las redes sociales se abusa. Sin duda es posible que alguien use las redes sociales en forma maliciosa, convirtiéndose en un peligro para el resto. Seguro que está plagado de “modelitos” y “celebrities” que no hacen más que difundir pavadas. Pero, yo pregunto, ¿acaso no pasa eso en la vida? ¿No son malos todos los excesos y no sólo los que se cometen en Internet? ¿No se cometen también abusos fuera de Internet? ¿No es nuestra “vida off-line” mucho más peligrosa que Twitter, Facebook, Sónico o tantas redes en las que la gente pasa varias horas por día haciendo de todo un poco? ¿No se dicen las mismas pavadas, o incluso más, en programas como e de Tinelli o el de Rial? ¡Claro que sí! ¡No me vengan con pavadas! Pero por algún motivo parece que cualquiera se puede cuestionar cualquier cosa vinculada a las redes sociales, sin la obligación de probar que es objetivo y sin tener que fundar su crítica.

Yo les voy a contar mi experiencia. Me registré en Twitter en hace algo más de un año, aunque recién empecé a usarlo con cierta habitualidad en el segundo trimestre de año. Me encontré allí con una enorme cantidad de gente con la que tengo trato habitual por teléfono o por email, algunos de los cuales me ayudaron con consejos que siempre voy a agradecer, como Florencia Coelho (se la ubica allí vía @fcoel) o Darío Laufer (@dario_laufer), por citar sólo a dos de ellos. Me encontré con esos “amigos de la vida” como Pablo Quirno (@pabloquirno) o Juan Curutchet (@juancurutchet). Conocí a gente realmente “pesada” en lo suyo, a la que consideraba realmente inalcanzables y pude intercambiar comentarios y experiencias con ellos: el historiador Daniel Balmaceda (@D_Balmaceda), una purista del lenguaje como Graciela Melgarejo (@gramelgar), un capo en tecnología como Ariel Torres (@arieltorres), el Editor General de Pwerfil.com, Darío Gallo (@dariogallo), el “pensador” y ex Rector de la UBA Guillermo Jaim Etcheverry (@jaim_etcheverry), la Directora de la revista Gente, Gaby Cociffi (@gabygente), el empresario Jorge Pérez Cuesta (@jperezcuesta), el Editor de Economía del diario Ambito Financiero, Guilermo Laborda (@GuillermoLabord) o los Prosecretarios Generales de Redacción del diario La Nación, Carlos Roberts (@CRRoberts) y Ana Donófrio (@anadono). ¡Y lista sigue!

Tuve la posibilidad incluso de intercambiar opiniones sobre temas muy diversos con el Canciller Héctor Timmerman (@hectortimerman), que después por algún motvio que desconozco “me bloqueó” y ya no puedo seguir lo que dice en la red. Lo mismo con el Jefe de Gabinete, Anibal Fernández (@FernandezAnibal) y con el Vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina (@juanabalmedina). Algún “listo” preguntará riéndose “¿pero para qué querés tener trato con esa gente?”. No tengo idea, ¡pero son el Canciller, el Jefe de Gabinete y el Vicejefe de Gabinete! ¿Cuántas veces en la vida uno tiene semejante privilegio? Imagínense si esto hubiese sido posible con hombres como Carlos Saavedra Lamas, por citar sólo un ejemplo…

Hoy tengo casi ochocientas personas a las que les interesa lo que escribo en Twitter, número que no es nada despreciable para alguien que no es un personaje público. Y aunque alguno me vaya a mirar con cara de desconfiado, les aseguro que eso es una responsabilidad. Internet castiga como nadie las conductas violentas, la discriminación, la falta de buen gusto y la irrelevancia. ¡Mucho más que se castiga estas actitudes o conductas en la vida diaria, fuera de Internet!

Acepto que es espantoso que una persona camine por la calle escribiendo en su teléfono. Acepto que es horrible hablar con alguien que cada veinte o treinta segundos mira la pantalla de su teléfono. Acepto que enterarse que alguien deja de “twittear” para ir al baño es hasta patético. Pero aceptemos que esta vida en las redes sociales, que no pretende reemplazar a nada ni a nadie, tiene las mismas cosas positivas y las mismas cosas negativas que la vida fuera de ellas. ¡No las ataquemos por los prejuicios y las miserias que derivan siempre de la ignorancia!