Dicho esto, hoy quiero hablar un poco de Egipto.
Leí con mucha atención las notas publicadas por tres personas a las que respeto mucho como Alvaro Vargas Llosa (Ni justicia ni estabilidad y ¿Quién ganó y quién perdió en Egipto?), Esteban Peicovich (Mubarak ya está desnudo) y Patricio Arana (Sólo tres hombres fuertes en los últimos 60 años) y lo que puedo elaborar a partir de ellas y de la información a la que uno accede en los medios, es que nada bueno puede surgir de todo este caos.
Como dije a través de mi cuenta de Twitter hace algunas semanas, “Leo las noticias sobre #Egipto y lo extraño a Anwar el Sadat...”
Repasemos un poco la historia de este país.
El esfuerzo para la construcción del Canal de Suez, inaugurado en 1869, dejó al país en una posición estratégica para el comercio mundial, pero muy fuertemente endeudado. Producto de esa deuda, en el año 1882 se convirtió en un protectorado británico. Los egipcios se declararon nuevamente independientes en 1922, pero Inglaterra continuó manteniendo una injerencia importante en la economía y los temas internos. Esa suerte de control británico y la corrupción a nivel de gobierno motivaron una revolución que derrocó al Rey Faruk I en el año 1952.
Los generales Muhammad Naguib y Gamal Abdel Nasser, líderes de la revolución del ‘52, se enfrentaron por el poder. Naguib proclamaba la necesidad de una economía de mercado, pero sin injerencias externas y sin corrupción. Nasser buscaba imponer un modelo socialista en alianza con la Unión Soviética. Ganó Nasser, quien se convirtió en forma simultánea en aliado del régimen soviético, promotor de la unidad árabe para enfrentar a Israel y a occidente, e impulsor, junto con el yugoslavo Tito y el indio Nerú, de una alianza global para contener a aquellos países que no querían embanderarse con los EE.UU. ni con la Unión Soviética, que se conoció como “tercera vía” o “movimiento de países no alineados”.
El inicio de la caída de Nasser se produce como consecuencia de la llamada “Guerra de los seis días”, en donde el ejército de Israel literalmente destrozó las fuerzas de una alianza entre Egipto, Jordania, Siria e Irak, que pretendía ocupar parte de su territorio. Si bien no fue obligado a dejar el poder, se convirtió en un líder casi simbólico hasta su muerte, en 1970.
Cuando muere Nasser, asume su vicepresidente, Anwar el Sadat, que inicialmente mantiene la política de su antecesor y que en 1973 vuelve a atacar Israel (la “Guerra del Yom Kippur”), aunque otra vez sin éxito.
La nueva derrota lleva a el Sadat a cambiar radicalmente su estrategia política: rompe la alianza con la Unión Soviética, se acerca a los EE.UU., viaja a Jerusalén en donde promete reconocer el Estado de Israel y finalmente firma con su par israelí, Menájem Begín, y con el presidente norteamericano James Carter como testigo, el “Acuerdo de Camp David”, que sella la paz entre ambos países y por el cual le otorgan a él, a Begin y a Carter el Premio Nobel de la Paz del año 1978.
La política llevada a cabo por el Sadat desde 1976 hasta que muere asesinado, en 1981, revirtió en gran medida la dramática situación de ese país luego de más de 20 años de políticas de neto corte soviético.
Mubarak, quien hoy está en el centro de todo este caos, era el vicepresidente de el Sadat y lo reemplaza en el cargo. Inicialmente continuó con la política de su antecesor, convirtiéndose en un aliado de lujo para los EE.UU. y en un factor de equilibrio entre las posiciones tradicionales de los países árabes y el occidentalismo de Israel. En virtud de esta alianza con los EE.UU., el ejército egipcio participó junto con las tropas norteamericanas en la “Guerra del Golfo”, que en 1991 enfrentó a las tropas de Irak y las desalojó del territorio de Kuwait que habían invadido.
Con el paso del tiempo, la corrupción lo fue desgastando, permitió el resurgimiento de grupos opositores de tendencia islamista y ello lo llevó a debilitar su alianza con Israel y con los EE.UU., al punto tal que se negó a involucrar a Egipto en la “Guerra de Irak”, luego de los atentados de fundamentalistas árabes contra las torres gemelas en la ciudad de New York. Egipto dejó de ser ese país al que Anwar el Sadat había comenzado tímidamente a encaminar desde el punto de vista económico, político y social, para convertirse en un país bananero más, donde un dictador que no pretendía irse nunca se hizo rico a costa de la gente.
Hasta acá la versión sumaria de casi 140 años de historia egipcia, que obviamente tiene las cuotas de objetividad y de subjetividad de todo relato personal.
¿Cómo se llegó hasta esta situación? Creo que la gente se cansó, protestó y que, en la medida en que se fueron sumando sectores, consignas y reclamos a las protestas originales, éstas derivaron en el caos. Hay mucho de cierto en lo que escribió Esteban Peicovich: “En pelotas, caído a sus pies el vendaje de plástico, Mubarak acaba de saber que su pueblo sabe que su inventado faraón está desnudo. Lo descubrieron al unísono y por eso Egipto está que arde, y él en la parrilla”. También es verdad lo que afirma Patricio Arana: “La oposición fue siempre reprimida, monopolizó totalmente el poder. Las elecciones fueron siempre controladas por el Partido Nacional Democrático, que él dirige. En 2005 se permitió por primera vez que otros candidatos se presentaran. Ayman Nur fue uno de ellos y terminó en prisión por el atrevimiento”.
¿De quién es la culpa? Creo que gran parte la tiene occidente ya que, como bien dice Alvaro Vargas Llosa, “No obstante los retóricos pedidos de reforma democrática, Estados Unidos y Europa han respaldado y financiado a corruptas dictaduras árabes porque parecían un dique más sólido contra la gran ola del fundamentalismo islámico que cualquier alternativa”.
¿Qué es lo que realmente está pasando ahora? Cito de nuevo a Vargas Llosa, que lo dice con una claridad meridiana: “(Esto es) una transición presidida por Mubarak, negociada por quien desde hace mucho tiempo es su jefe de Inteligencia y ahora es su Vicepresidente, Omar Suleiman, y controlada por el mismo Ejército que logró, con astucia maquiavélica, que la gente pudiese descargar su ira en la Plaza Tahrir sin poner en peligro la Presidencia del jefe, producirá, seguramente, unas elecciones que preserven de este régimen mucho más de lo que cambiarán. Paradójicamente, ello no significa que el principal enemigo de Mubarak, los Hermanos Musulmanes, hayan perdido. A estas alturas, lamentablemente, también son ganadores. Su objetivo nunca fue, durante esta revuelta, capturar el poder. Se han comportado con un agudo sentido del largo plazo. Se mantuvieron en silencio durante varios días, observando. Sólo cuando confirmaron la extensión de la revuelta, asomaron la cabeza, pero cuidadosamente. Incluso entonces propusieron al Premio Nobel El Baradei como líder de la resistencia aceptando al mismo tiempo la necesidad de un comité de representantes seculares más amplio. En ningún momento iniciaron la violencia”.
¿Cómo terminará todo? De nuevo comparto lo que dice Alvaro: “(Los que van a perder son) los mismos que han venido perdiendo durante décadas: los líderes potenciales desesperados por demostrar que la disyuntiva no es la tiranía o el terrorismo islámico sino el oscurantismo y la civilización, y los millones cuyos corazones deben estar destrozados al observar el giro que han tomado los acontecimientos”.
Es horrible, pero no estamos ante un movimiento revolucionario que cambiará las cosas para bien. Ni siquiera frente a un avance fundamentalista como cuando los Ayatollah derrocaron al Sha en Irán y se hicieron del poder. Estamos frente a una perversa jugada política de la que participan de manera conspirativa y gatopardista, tanto quienes el mundo cree que son "los buenos", como a los que identifica como "los malos".
3 Comentarios / DEJÁ EL TUYO:
Estimado Juan Carlos, me parece muy clarificadora la reseña que haces!... La política en los países árabes es demasiado compleja y si no se aborda con seriedad se puede caer en un análisis sesgado. Creo que lo has hecho con bastante altura al análisis... y excelente el párrafo final: "Estamos frente a una perversa jugada política de la que participan de manera conspirativa y gatopardista, tanto quienes el mundo cree que son "los buenos", como a los que identifica como "los malos"."
Los países árabes son un tema difícil de comprender por variadas razones, nada es lo que parece ni nadie lo es, no hay balncos y negros a pesar de rozar el fundamentalismo, los matices marcan los caminos en el mundo árabe, y lo que desde acá a veces parece atroz, descarnado y de un alto extremismo, para ellos es una más de sus luchas y de sus facetas.
Coincido con Juan en que hay muchos corazones rotos , manipulados por aparentes opositores, que aplican métodos perversos.
No se si Mubarak era la causa del caos, Egipto , el mundo árabe en si, tiene un equilibrio muy delicado y complejo.
La nota me gustó porque se mantiene en una postura informativa sin carecer de opinión. Y la opinión es atinada. Un manto de esperanza es mi deseo, y paz para todos los hombres, mujeres y niños de este mundo.
Buen artículo!,esclarecedor. Creo que ahora tendremosque esperar a ver si los Iraníes se " Egiptarizarán " o si los Egipcios se " Iranizarán ".
Másallá de ello hago un comentario trivial, para los que estamos con presvicia...cambiá porfi el color celeste!!! jajaja. Ah!...y hago un pedido personal : nose te ocurra dejar de escribir. Besos,Luján
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